LOS CUENTOS DE KOI
¿Os apetece ser DETECTIVES de cuentos?
En esta página vais a encontrar algunos cuentos cortos que he ido recopilando durante algún tiempo y que trataré de ir subiendo poco a poco. Todos ellos "esconden" una moraleja (reflexión). Como buen@s detectives, teneis que averiguar cual es y comentarla en clase tod@s junt@s. Espero que os gusten!
Si quereis participar vosotr@s... ¡¡también podeis!! Dadme un cuento que hayais leído o escrito y lo "subiré" aquí. La única condición que os pongo es que tenga moraleja. ¡Ánimo, escritor@s!
EL MONJE Y EL ESCORPIÓN
Como cada mañana, bien temprano, un monje paseaba alrededor de un precioso e inmenso lago disfrutando con todo aquello que la naturaleza le permitía cuando se silencian los pensamientos. De pronto vio algo que le sacó de una de sus profundas meditaciones. Observó como en la superficie del agua un pequeño escorpión se estaba ahogando tratando de alcanzar inútilmente la orilla. El monje pensó que el escorpión tuvo que caerse mientras trepaba por una de las ramas de un roble enorme que vivía junto al lago.
Sin pensarlo demasiado, el monje se acercó con cautela al agua, alargó su brazo y lo cogió para salvarle la vida. En el mismo momento en que lo agarró, el escorpión asustado levantó una de sus pinzas con la intención de picarle. El monje fue más rápido y, casi instantáneamente, soltó al escorpión. Este volvió a caer al agua.
El monje vio de nuevo al escorpión dentro del agua como movía sus patas en su afán inútil por salvarse. Tras unos instantes de duda razonable, volvió a acercarse a él para cogerlo y salvarle. En cuanto el artrópodo animal sintió el contacto con la mano del monje levantó su aguijón con la intención de picar al humano. El monje, al observar el gesto amenazador del escorpión volvió a abrir su mano y cayó de nuevo al agua.
Muy cerca de allí se encontraba un joven campesino que había observado detenidamente y con asombro toda la escena. El joven se acercó al monje y le dijo con tono de burla:
- "Es usted un poco tonto, señor monje. No entiendo por qué se empeña en salvar a ese escorpión desagradecido. ¿No comprende usted que en su naturaleza está picarle?
Muy tranquilo, el monje respondió:
- "Si, claro que lo entiendo. Lo entiendo porque en mi naturaleza está salvarle la vida".
Después de pronunciar estas palabras volvió a acercarse al lago pero esta vez lo hizo sujetando un trozo de rama que había encontrado en el suelo. Arrimó la punta de la rama al escorpión permitiéndole que este trepara por ella. Dejó la rama en el suelo y ambos se quedaron observando como el escorpión se alejaba de ellos apresuradamente.
Como cada mañana, bien temprano, un monje paseaba alrededor de un precioso e inmenso lago disfrutando con todo aquello que la naturaleza le permitía cuando se silencian los pensamientos. De pronto vio algo que le sacó de una de sus profundas meditaciones. Observó como en la superficie del agua un pequeño escorpión se estaba ahogando tratando de alcanzar inútilmente la orilla. El monje pensó que el escorpión tuvo que caerse mientras trepaba por una de las ramas de un roble enorme que vivía junto al lago.
Sin pensarlo demasiado, el monje se acercó con cautela al agua, alargó su brazo y lo cogió para salvarle la vida. En el mismo momento en que lo agarró, el escorpión asustado levantó una de sus pinzas con la intención de picarle. El monje fue más rápido y, casi instantáneamente, soltó al escorpión. Este volvió a caer al agua.
El monje vio de nuevo al escorpión dentro del agua como movía sus patas en su afán inútil por salvarse. Tras unos instantes de duda razonable, volvió a acercarse a él para cogerlo y salvarle. En cuanto el artrópodo animal sintió el contacto con la mano del monje levantó su aguijón con la intención de picar al humano. El monje, al observar el gesto amenazador del escorpión volvió a abrir su mano y cayó de nuevo al agua.
Muy cerca de allí se encontraba un joven campesino que había observado detenidamente y con asombro toda la escena. El joven se acercó al monje y le dijo con tono de burla:
- "Es usted un poco tonto, señor monje. No entiendo por qué se empeña en salvar a ese escorpión desagradecido. ¿No comprende usted que en su naturaleza está picarle?
Muy tranquilo, el monje respondió:
- "Si, claro que lo entiendo. Lo entiendo porque en mi naturaleza está salvarle la vida".
Después de pronunciar estas palabras volvió a acercarse al lago pero esta vez lo hizo sujetando un trozo de rama que había encontrado en el suelo. Arrimó la punta de la rama al escorpión permitiéndole que este trepara por ella. Dejó la rama en el suelo y ambos se quedaron observando como el escorpión se alejaba de ellos apresuradamente.
EL MIEDO Y EL LEÓN
En una ocasión, un león sediento, después de caminar durante muchos kilómetros buscando un lugar donde calmar sus sed, se aproximó a un lago de aguas cristalinas.
Al acercarse al agua vio su rostro reflejado en ella y, después de dar un salto hacia atrás, pensó:
"Vaya mala suerte que tengo. Después de tanto tiempo buscando un lugar donde saciar mi sed resulta que encuentro este lago cuyo dueño es este feroz león que acabo de ver. Tengo que tener mucho cuidadín con él no vaya a enfadarse conmigo por intentar beber de su agua".
Atemorizado se retiró poco a poco para no hacer demasiado ruido.
Pero el león tenía tanta sed que se armó de valor y regresó al lago. Allí estaba otra vez ese león que lo miraba con ojos amenazadores.
¿Qué podía hacer? La sed lo asfixiaba y sabía muy bien que no había otro lago en muchos kilómetros a la redonda. Víctima del miedo retrocedió unos pasos y se alejó cabizbajo hasta llegar a una higuera. Una vez allí se tumbó fatigado y triste.
Unas pocas horas después volvió a intentarlo. Se acercó a las aguas y abrió las fauces de manera amenazadora pero para su desgracia comprobó que el otro león hacía lo mismo. Sintió pánico y salió corriendo nuevamente.
Al cabo de cinco o seis horas, era tanta la sed que tenía que lo intentó varias veces más pero siempre salía espantado de allí.
La sed era cada vez más intensa de modo que tomó la firme decisión de beber agua del lago sucediese lo sucediese. Al fin y al cabo moriría de todas formas si no bebía agua.
Por lo tanto, respiró profundamente, movió su cabeza a derecha e izquierda y se acercó al lago. Metió la cabeza en la aguas con toda la decisión que pudo y comprobó sorprendido que... ¡el otro león había desaparecido!
Después de beber hasta la saciedad, incluso se metió en el agua unos minutos para refrescar su cuerpo. Satisfecho consigo mismo se alejó del lago con una sonrisa en la cara y continuó su camino por la jungla.
EL CONTRABANDISTA
Todos los guardias de la frontera que separaba la India de Pakistán sabían que ese hombre de barba larga y pelo negro era un contrabandista. Con el paso del tiempo se había hecho muy famoso ya que cada año pasaba por ahí cuatro o cinco veces a lomos de su caballo. Los guardias, aun sospechándolo, no conseguían obtener ninguna prueba de ello. Le registraban las alforjas que colgaban de su montura, los bolsillos de sus pantalones, su mochila... pero, además de comida y agua para soportar el pesado viaje, no descubrían nada que pudiera culparle.
Pasaron los años y el contrabandista se hizo mayor. Ya anciano se retiró a vivir a un pueblo costero y lejano para vivir apaciblemente el resto de sus días.
La coincidencia quiso que una tarde, en la terraza de una taberna, se encontrara con uno de los guardias que veía cada año en aquella frontera. El guardia, también anciano y retirado de su trabajo, lo reconoció enseguida. Se acercó a él y le preguntó:
- "El tiempo ha pasado para los dos. Yo he dejado de ser guardia y tu de ser contrabandista. Por favor, dime ¿qué era lo que traficabas y cómo lo hacías? Jamás fuimos capaces de descubrirte.
El anciano de larga barba blanca le contestó:
- "Caballos".
EL PESCADOR
Un rico hombre de negocios de Nueva York se fue a pasar un par de semanas de vacaciones a una paradisíaca playa de Costa Rica. El primer día de sus vacaciones se quedó impresionado por la calidad y el sabor exquisito de un exótico pescado que compró en un puesto del mercado central.
Al día siguiente, el estadounidense se acercó al puerto donde se seleccionaba y limpiaba todo el pescado que luego se vendía en el mercado. Después de buscar aquí y allá durante largas horas encontró al pescador que traía de baja mar ese pescado tan sabroso que había probado el día anterior. Pero este ya había vendido todas sus capturas. Aún así entabló una interesante conversación con él. Descubrió que el pescador conocía un caladero, que guardaba en secreto, donde el pescado era abundante y de gran calidad. Sin embargo, le sorprendió mucho cuando le dijo que únicamente capturaba siete u ocho piezas de pescado al día.
El hombre de negocios le preguntó al pescador porque no permanecía más tiempo en el mar para capturar más pescado y solo se conformaba con esas siete u ocho piezas. El pescador le contestó:
- "Señor, no capturo más piezas porque eso supondría invertir más tiempo en mi trabajo. Tenga en cuenta que me quedo en la cama hasta las nueve o las diez de la mañana, desayuno con mi esposa, juego con mis tres hijos, salgo a pescar durante unas horas. Por la tarde, después de comer, duermo una bonita siesta, al atardecer ceno tranquilamente con mi familia y por la noche acudo al pueblo a charlar con mis amigos, tocar la guitarra y cantar canciones. Llevo una vida relajada, satisfactoria, plena y feliz".
El rico hombre de negocios respondió:
- "Si, si, le entiendo pero si capturase mucho más pescado obtendría más beneficios de su venta y tendría un futuro más prospero. Mire, yo soy un importante hombre de negocios en EEUU y podría ayudarle a tener mucho éxito en la vida con la venta de su sabroso pescado por todo el mundo. Se mucho sobre ese tipo de ventas. Sólo tendría que levantarse más temprano por la mañana y pasar gran parte del día pescando. En muy poco tiempo, le aseguro, que con el dinero extra podría comprar una barca más grande".
- El hombre de negocios continuó explicándole al pescador:
" Al cabo de dos o tres años tendría en su propiedad seis o siete barcas más que podría alquilar a otros pescadores. En otros siete u ocho años más, con todo el pescado que manejase podría montar su propia fábrica de conservas y obtener, en poco tiempo, su propia marca de productos. Si trabaja duro durante quince o veinte años podría hacerse multimillonario y luego no tendría que trabajar más ni un solo día el resto de su vida. ¿Qué le parece la idea?
El pescador preguntó.
- "Pero, entonces...¿qué haré cuando todo esto suceda?
El hombre de negocios le repuso:
- "Entonces estará en situación de mudarse a un pueblecito de algún país tranquilo donde podría quedarse en la cama hasta tarde cada día, jugar con sus hijos sin prisas, dormir la siesta por la tarde, cenar tranquilamente con su familia cada noche y, luego, acudir al pueblo a charlar y cantar con sus amigos".
EL ANCIANO LABRADOR
Un anciano labrador tenía un viejo caballo con el que cultivaba sus campos. Una mañana, el caballo, al ver una manada de caballos salvajes trotar en la lejanía se escapó con ellos a las montañas. Los vecinos del labrador, conscientes de la importancia que tenía su caballo para sacar su trabajo adelante, acudieron apesadumbrados a su casa para consolarle y lamentar su desgracia. El anciano les respondió:
- "¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?"
Una semana después, el caballo volvió a su granja acompañado de una manada de corceles salvajes y se establecieron a pastar tranquilamente en los dominios del labrador. Poco a poco fueron apaciguándose hasta dejarse enseñar en las tareas de la granja. Entonces, los vecinos volvieron a acudir a su casa para felicitarle por su buena suerte. Este, con gesto sereno les respondió:
- "¿Buena, suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?
Unos días más tarde, el hijo del labrador intentó domar al último caballo salvaje pero en el intento cayo y se rompió la pierna. Todo el mundo, a sabiendas que era el único hijo varón del labrador, consideró este hecho como una gran desgracia y trataron de consolarle. El labrador se encogió de hombros y respondió:
- "¿Mala, buena suerte? ¿Quién sabe?".
Unas semanas más tarde, la guerra estalló en el país. Un ejército de la nación entró en el poblado para reclutar a todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones físicas para la guerra. Al ver al hijo del anciano con la pierna vendada lo dejaron tranquilo y se fueron con el resto de jóvenes.
El conflicto duró unos meses. La mayoría de los jóvenes fueron a la guerra y murieron en la contienda pero el hijo del viejo sabio labrador vivió muchos años, se casó y tuvo mucha descendencia. Juntos trabajaron durante años en la granja.
Así pues: ¿Buena, suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?
Un anciano labrador tenía un viejo caballo con el que cultivaba sus campos. Una mañana, el caballo, al ver una manada de caballos salvajes trotar en la lejanía se escapó con ellos a las montañas. Los vecinos del labrador, conscientes de la importancia que tenía su caballo para sacar su trabajo adelante, acudieron apesadumbrados a su casa para consolarle y lamentar su desgracia. El anciano les respondió:
- "¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?"
Una semana después, el caballo volvió a su granja acompañado de una manada de corceles salvajes y se establecieron a pastar tranquilamente en los dominios del labrador. Poco a poco fueron apaciguándose hasta dejarse enseñar en las tareas de la granja. Entonces, los vecinos volvieron a acudir a su casa para felicitarle por su buena suerte. Este, con gesto sereno les respondió:
- "¿Buena, suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?
Unos días más tarde, el hijo del labrador intentó domar al último caballo salvaje pero en el intento cayo y se rompió la pierna. Todo el mundo, a sabiendas que era el único hijo varón del labrador, consideró este hecho como una gran desgracia y trataron de consolarle. El labrador se encogió de hombros y respondió:
- "¿Mala, buena suerte? ¿Quién sabe?".
Unas semanas más tarde, la guerra estalló en el país. Un ejército de la nación entró en el poblado para reclutar a todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones físicas para la guerra. Al ver al hijo del anciano con la pierna vendada lo dejaron tranquilo y se fueron con el resto de jóvenes.
El conflicto duró unos meses. La mayoría de los jóvenes fueron a la guerra y murieron en la contienda pero el hijo del viejo sabio labrador vivió muchos años, se casó y tuvo mucha descendencia. Juntos trabajaron durante años en la granja.
Así pues: ¿Buena, suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?
EL PADRE, EL HIJO Y EL BURRO
Esta historia trata de un padre, su hijo de 12 años y un burro que regresaban a casa después de una larga jornada de trabajo en el campo. Todos los días tenían que recorrer casi 18 km hasta llegar al pueblo, después de atravesar por varias aldeas.
El hijo iba sentado a lomos del burro mientras el padre les acompañaba a pie. Después de una larga andadura llegaron a la primera aldea. Al pasar por la plaza, escucharon como una mujer le decía a otra:
- "Lo que hay que ver. Que un niño tan joven y tan fuerte haga caminar a su anciano padre mientras él va cómodamente sentado a lomos del burro. ¡Que vergüenza!".
El hijo, al escuchar ese comentario tan ofensivo, convenció al padre para que se cambiaran el resto del camino. De esa forma, el niño descendió de la montura para continuar a pie y el padre se subió a lomos del burro.
Nada más salir de dicha aldea tropezaron con un peregrino. Este, al verlos, no dudó en comentar en voz alta:
- "¡Lo que mis ojos tienen que ver, Dios mío! Un padre hecho y derecho viajando tan tranquilo a lomos de un burro y que permite que su pobre hijo haga el trayecto a pie. Pobre niño; seguro que tiene los pies llenos de llagas por el tortuoso camino".
Al escuchar el comentario, ambos se miraron a los ojos y después de discutirlo, ambos decidieron subirse al burro y continuar el camino juntos.
A pocos kilómetros de allí se cruzaron con un cura el cual les hizo detenerse para decirles:
- "¿No os da vergüenza, insensatos? ¡Pobre animal! ¿No veis que vuestro burro camina con la lengua fuera y que caerá rendido de un momento a otro a causa de soportar el peso de los dos? Hay que ser muy vago y muy cruel para hacer algo así.
Padre e hijo, ante la grave acusación del cura, se bajaron del animal y ambos continuaron a pie, junto al burro, el resto del camino hasta llegar, por fin, a su pueblo.
Una vez en el pueblo, a pocas cuadras de su casa, observaron como un grupo de personas les señalaban mientras se reían de ellos a carcajadas. Al pasar por su lado les escucharon decir:
- "¡Mirad a esos dos! No se puede ser más tonto. Van los dos caminando a tropezones de lo cansados que están teniendo a un burro en el cual subirse. Y el burro tan tranquilo...". Jajajajajajajaja
Esta historia trata de un padre, su hijo de 12 años y un burro que regresaban a casa después de una larga jornada de trabajo en el campo. Todos los días tenían que recorrer casi 18 km hasta llegar al pueblo, después de atravesar por varias aldeas.
El hijo iba sentado a lomos del burro mientras el padre les acompañaba a pie. Después de una larga andadura llegaron a la primera aldea. Al pasar por la plaza, escucharon como una mujer le decía a otra:
- "Lo que hay que ver. Que un niño tan joven y tan fuerte haga caminar a su anciano padre mientras él va cómodamente sentado a lomos del burro. ¡Que vergüenza!".
El hijo, al escuchar ese comentario tan ofensivo, convenció al padre para que se cambiaran el resto del camino. De esa forma, el niño descendió de la montura para continuar a pie y el padre se subió a lomos del burro.
Nada más salir de dicha aldea tropezaron con un peregrino. Este, al verlos, no dudó en comentar en voz alta:
- "¡Lo que mis ojos tienen que ver, Dios mío! Un padre hecho y derecho viajando tan tranquilo a lomos de un burro y que permite que su pobre hijo haga el trayecto a pie. Pobre niño; seguro que tiene los pies llenos de llagas por el tortuoso camino".
Al escuchar el comentario, ambos se miraron a los ojos y después de discutirlo, ambos decidieron subirse al burro y continuar el camino juntos.
A pocos kilómetros de allí se cruzaron con un cura el cual les hizo detenerse para decirles:
- "¿No os da vergüenza, insensatos? ¡Pobre animal! ¿No veis que vuestro burro camina con la lengua fuera y que caerá rendido de un momento a otro a causa de soportar el peso de los dos? Hay que ser muy vago y muy cruel para hacer algo así.
Padre e hijo, ante la grave acusación del cura, se bajaron del animal y ambos continuaron a pie, junto al burro, el resto del camino hasta llegar, por fin, a su pueblo.
Una vez en el pueblo, a pocas cuadras de su casa, observaron como un grupo de personas les señalaban mientras se reían de ellos a carcajadas. Al pasar por su lado les escucharon decir:
- "¡Mirad a esos dos! No se puede ser más tonto. Van los dos caminando a tropezones de lo cansados que están teniendo a un burro en el cual subirse. Y el burro tan tranquilo...". Jajajajajajajaja
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